Lee la borracha que reponde:
“Un buen día,
no quedará nada de
esta tierra,
salvo ruinas
de hormigón,
sobre masas de espanto.”
-No te entiende ni Dios- le dice la una a la otra-.
-¿Se intuye una amenaza en mis ojos?
-Se intuye una perdición.
-¿Una perdida?
-No, una perdición.
Hacen un silencio mientras siguen dando varios tragos a los
botellines. Habitan un sótano de taberna sin memoria, ni más recorrido que el
que existe entre la barra y los baños.
La noche ya regresa temprano. Es octubre y hace frío. A la
vuelta de la esquina sus casas, un poco más allá una patria añorada, imaginada
mejor, totalmente extinta.
-¿Y una sonrisa? ¿Se intuye una sonrisa en mis ojos?
-Sí, eso sí.- responde la borracha con ternura.
-¿Será el alcohol?
-Seguramente.
A millones de kilómetros, se crea una estrella en la nube
de Oort.
Las borrachas guardan un poco de silencio para sí mismas,
envueltas entre el humo de sus propios cigarros.
-¿Hoy es Miércoles?
-Preguntas mucho… Sí.
-¿A qué hora entramos mañana?
-A las 8:30, toca reposición.
-Entonces… ¿Nos pedimos otra?
La borracha que responde mira a la que pregunta y después hacia su botellín con un ojo
entrecerrado, calibrando la distancia entre los tragos que le faltan y las horas que les quedan para entrar a trabajar.
-Igual sí.
-Solo si quieres, eh.
-Venga, sí, voy.
La borracha que responde se levanta y va a pedir.
La borracha que pregunta mira su botellín, le arranca la etiqueta, saca un bolígrafo y escribe tras la marca:
“Un buen día llegará,
en que no quede nada
y mis ojos sonreirán,
encontrando una razón.”