Aquella tardenoche, durante el concierto, ella debía de estar ahí, si no me mintió cuando me lo dijo, apenas estaría a unos metros de mí. Cantaría y aclamaría a aquel viejo y oxidado cantautor tan alto como yo, con las manos levantadas y apuntando al cielo. Ella estaba allí, de pie, apenas a unos pocos pasos de mí.
Y yo, aún, no tenía ni un lejano ápice de esperanza en su existencia.
Se echaba de menos.
ResponderEliminarUn saludo.
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