lunes, 18 de mayo de 2015

VII (IV)



A lo largo de los lustros que pasaron entre ellos, siempre hubo momentos extraños no identificados.

Se cruzaban sin buscarse, y aún a veces se encontraban y no se daban cuenta de que estaban frente a frente. Ella, allá, se encontraba con él a diario cuando fumaba, en las pausas del medio día que les otorgaban los capataces a modo de indulto temporal.  Él, a su vez, la tenía escondida a su lado en la etapa que existe, pero que no tiene nombre, entre los días de primavera y verano, cuando Abril le presta un poco de lluvia a Mayo, y éste le devuelve días de sol. Protoprimavera o protoverano, lo mismo da.

Para él, hubo algunas calles, bares o plazas impregnadas con la memoria como si fuera un espeso alquitrán. Sin embargo, cuando ya contaban un año, el peso era menor. Solo a veces se daba cuenta de dónde estaba, y la mesa donde desayunaba se transformaba en la mesa donde desayunaba solo.

Ella jugaba con la ventaja de lo desconocido, sin embargo los detalles que se colgaron de su maleta, las cartas, notas, agendas y almanaques de bolsillo, guardadas entre mil papeles, a veces surgían entre el ruido de la nueva vida. Y aquella casa en la que vivía, se tornaba la casa donde vivía lejos, en la que vivía a medias.

Al cabo de un año continuaban leyéndose en los adoquines y papeles que se avejentaban por momentos, cada vez más ensombrecidos y amarillos. Como les fui contando a ustedes [¿Quiénes son ustedes?], se fueron arropando, o enterrando, dejando entrar de vez en cuando algún pedazo de memoria  con el contrabando. Olvidándose cada vez más, o quizás recordándose cada vez menos.




"El futuro se llama ayer"
Pedro Salinas


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