jueves, 30 de abril de 2015

VIII (III)



El tiempo es un cómplice con intereses añadidos, y con cada día que ganaban, iban acumulándolos en la memoria, cada vez más adormecida. Dirigiendo, a las cloacas de la historia, todo lo vivido.

A ella le sorprendió la rapidez con la que todo se tiñe de esperas, de cómo las ilusiones se tornan rápidamente en vientos que van y vienen, doblando los tallos del deseo. Le sorprendió la rapidez con la que la tristeza se va transformando en una pasta de horas, resonando como un eco lejano en la rutina.

Cuando ya habían pasado un mes separados, el reloj se convirtió en un vigilante cruel de la tranquilidad y la adaptación que iban sintiendo a los nuevos ritmos que dictaba el frío.

Él, por su parte, con los días y las primeras semanas, fue notando como se iban cubriendo las quemaduras que la piel de aquella le habían dejado en la yema de los dedos.

Fue convirtiéndose para ellos, con las cartas y las relecturas, el presente en pasado. Y fueron cerrando sin querer la puerta al reencuentro, al entenderse poco a poco más deslocalizados y tambaleantes.

Y las bocas se fueron acostumbrando al sabor cenizo que dejan las melancolías y las nostalgias por todo lo que no sucedió jamás.

Y sin embargo, a veces llovía lo suficiente como para que de las cloacas afloraran los restos de la historia, de todo lo vivido, recordándoles levemente, que aunque no quisieran, el olvido era tan improbable como la vuelta al pasado.



"Cuerpo a tierra, luz y gas
hambre para la nevera."

Quique González

miércoles, 22 de abril de 2015

IX (II)

Cuando se separaron, terminaron al fin por convertir en latente lo palpable, separándoles algo más que un puente aéreo.

Pasaron diez años, pero al principio, lo más doloroso fueron los días. Las primeras horas transcurrieron como una cruel inmersión en paisajes enrarecidos. De pronto, lo de siempre fue nuevo y lo nuevo incompleto, parábolas erróneas donde antes se avistaban las curvas y el vértigo.

Para ella, la llegada al lugar que estaba más allá de la frontera fue un descubrimiento desagradable. Las calles, la lengua, los edificios... Toda aquella nueva realidad se presentó de golpe, convirtiéndola en (in)migrante. Las primeras horas y días se sintió como un cristal en la patria del acero.

Para él, que quedó o mejor dicho, restó aquí, las primeras horas fueron una espera tensa. Se encontraba aún aferrado a lugares y horas concretas de la memoria. Se repetía constantemente que las cosas no podían haber sido así antes, tan solitaria la barra del bar, tan vacías las mesas de las cafeterías o los peldaños de todas las escaleras. Sintió el éxodo como un ataque inesperado, directo al presente. Todo pasó a valer la mitad, volviendo a su lejana unidad, sin vértigo ni curvas.

Y sin embargo, poco a poco, ella empezó a encajar todos los golpes que le lanzó la patria del acero, con sus calles, su lengua, sus edificios o sus calles. Terminó por domesticarse y encontrar restos de calor y refugio en las migajas del frío.

Él tardó algo más que ella, pero empezó a asimilar que la solitaria barra del bar le confería cierta y agradecida soledad, así como la intimidad que supuraba la memoria y sus llagas en las sillas libres de las cafeterías o los peldaños de todas las escaleras.

Pasaron así los primeros días, descolocados y perdidos, hasta que las semanas empezaron a adherirse a su cansancio, y allá donde habían existido proyectos para la utopía, surgieron tristes letanías, cartas menguantes y trenes con retraso.











lunes, 20 de abril de 2015

X (I)

Una noche ella le anunció que volvería al día siguiente.

Los primeros meses que había pasado fuera habían sido como un olvido paulatino, lento, diluyendo poco a poco lo que echaba de menos. Se le fueron desgastando los recuerdos, y la memoria se descompuso poco a poco.

Al principio, él escribía y ella respondía. La bienvenida del extranjero, de lo extraño, fue seca y confusa. Poco a poco, las correspondencias se fueron espaciando. El extranjero se fue haciendo un amante más manejable.

Para él, el recuerdo y la memoria se convirtieron en un exilio estático y silencioso.

Con el tiempo, las nuevas cartas pasaron a ser más sorpresivas y menos esperadas, como telegramas convertidos directamente en acuses de recibo, o informes de oficina con algún matiz oculto o imaginado.

Se volvieron selectivos y caprichosos. Y él terminó por recordar cosas concretas de ella, algún café esporádico, y quizás alguna mirada o abrazo que, con el tiempo, tuvo que reconstruir con más esfuerzo. Ella, por su parte, fue sepultando los restos de ellos poco a poco, kilómetro a kilómetro.    

Se abandonaron y no volvieron a escribir, se dejaron fluir, sin dejar de desear que la derrota les obligara a volver sobre sus pasos en algún momento.





"Puedes ver arder
la carretera bajo tus pies
con tal de regresar" 

Quique González


jueves, 2 de abril de 2015

Asimetrías y raíces

Había llegado puntual y con varios años de retraso. Ella habla mientras Martínez escucha, la ve mover los ojos, sin apartar la mirada de cada movimiento de mano o expresión en las comisuras, como asegurándose esa realidad. Sin embargo, Martínez sostiene que no la escucha como al resto. Sostiene Martínez que él la escucha con todo el cuerpo, ojos suaves y piel atenta.
Martínez no sabe si lo soñó o lo vivió, aunque para él, sostiene, ambas dimensiones se distinguen en pocas cosas. Sostiene en cualquier caso, que se encontraba hermosa como siempre, más canosa quizás, o más plateada en general.
Habla y sostiene que cuando se encuentran hablan de muchas cosas en poco tiempo. Sobre la larga distancia entre la primavera y el invierno, las espinas de abril o el frío de mayo. Y explica cómo hablaban sin hablar del tiempo y las estaciones o sobre cómo la vida continúa en cualquier lugar, y sin ellos en todas partes.
Continúa Martínez acerca de las asimetrías. Sobre los desniveles de unos y otros, la imposibilidad del azar, las idas y venidas y las improbables (que no imposibles) coincidencias.

Habla, antes de irse, de cómo sigue la vida (su vida, apunta), entre rutina y novedad, con las raíces de aquella, clavadas en la memoria.


El futuro se llama ayer.

Pedro Salinas