domingo, 31 de marzo de 2013

sueños en andrajos


Estaban entonces en el tren que les llevaba desde Sarajevo hasta Belgrado, el que había salido a las 13:00 desde la capital bosnia e iba recorriendo el paisaje hacia Serbia, montañas, casas, algún lago... La cuestión es que el paisaje estaba allí, pasando a su alrededor, casi para ellos dos solos. Apenas habían subido otros pasajeros al tren, y en todo el largo cuerpo de vagones se escuchaba el traqueteo solitario de las vías y poco más, algún tosido o murmullo humano perdido por los pasillos.
Él estaba tumbado sobre tres sitios libres que había en su compartimento, mientras que ella se encontraba sentada enfrente, mirando por la ventana el paisaje. Él leía en silencio La tregua de Benedetti, mientras que ella miraba por la ventana mientras acariciaba con nerviosismo el lomo de La casa y el ladrillo. Llevaba varios días rara, y sabía que él se había percatado de sobra sobre sus reacciones evasivas y su general tono distante. Y sin embargo no llegaba a preguntarle nunca qué demonios le pasaba aun cuando ella tampoco sabía bien si andaba acertada.
El diálogo empezaba a predecirse, y entonces él dejó de leer y apoyó el libro abierto bocabajo sobre su pecho (para no perder la página) y se quedó mirando al techo esperando las primeras palabras, como el centinela que espera el primer movimiento de tropas enemigas. Ella había preparado a sus soldados dejando a un lado el libro y juntando las manos en un extraño nudo de dedos nerviosos, disimulando tener un punto fijo al que mirar a través de la ventana (allá donde el paisaje no paraba de correr en dirección contraria).
Esta vida que llevamos no la entiendo, decía ella iniciando la batalla, no sabía cómo él era capaz de conducir la situación e inventarse nuevos viajes y destinos de huida sin ningún tipo de itinerario, sin ningún plan, decía que tenía miedo de los censores, los controles fronterizos, los revisores de documentos, los perros de la policía, los perros policía, los perros le daban un miedo mayor aún que el miedo que le daban los animales. Se comenzó a atorar mientras hablaba y terminó por cortarse a sí misma, como cuando se atropella con sus propios argumentos, cuando intentan salir todos a la vez.
Entonces él se quedó pensando un momento antes de responder, mientras la miraba directamente a los ojos, vidriosos y acuosos como cuando se está preparando a toda prisa la antesala del llanto y éste se ve llegar inevitable. Andás un poco confundida, le dijo él para tratar de tranquilizarla e iniciar el derrumbe controlado de sus incipientes sollozos, ellos van a andar persiguiéndonos allá donde vayamos, siempre andarán detrás de nuestro último café, nuestro último billete de tren, de metro. Siempre estarán a punto de tirar la puerta de nuestro último apartamento mientras que nosotros estaremos abriendo la puerta de otra ciudad u otro vagón. Ella dijo entonces que definitivamente no había esperanza, y que terminarían por encontrarles tarde o temprano.
"No entendiste, gurisa. Eso no lo sabés, la única certeza que tenemos es que les estamos ganando un par de pasos más, le llevamos dos días de ventaja. Y no es cierto que no tenga itinerario" se incorporó entonces y se fue a sentar a su lado, dejando a un lado La tregua (esta vez de tal manera que se cerró, porque no le importaba demasiado tener que buscar la página de nuevo) "te equivocás si pensás que no tengo un plan, un itinerario o una rutina, ya que se lleva repitiendo desde hace varios días la misma variable, que sos vos."

"estamos desarmados como sueños en andrajos" La casa y el ladrillo- Mario Benedetti

domingo, 24 de marzo de 2013

Presentes contra todo pronóstico


Y la marcha militar eclipsó los cafés, los diarios, la palabra. Empezaron por todas las emisoras, y después pretendieron todas las calles, los parques, las rutas, las escuelas y facultades... Ya lo fueron avisando días antes los fachos de Bahía Blanca, anunciando la llegada de los gorilas, los dinosaurios.
Y los cielos se llenaron de aves Cóndor, y las calles de Ford Falcon.
Iban anunciando la Operación Rastrillo contra el último territorio que les faltaba del Cono, el último y maltrecho pueblo por apuñalar.
Llegaron anunciando la reorganización nacional, de ideas, de personas. Y lo primero que hicieron fue reinstaurar la Pena capital.
Y entonces empezaron a desaparecer, silenciosamente, sin explicación. El estudiante, el obrero, el sindicalista, el afiliado, el pensante, el escritor, el guerrillero. Los resistentes, los inocentes y los que nada tenían que ver.
Y empezaron los susurros, las preguntas, las incógnitas, la congoja y el miedo. Los por qué...
Y comenzó la época de ir siempre documentado, de enterrar libros, de la barba corta (preferiblemente inexistente), de las intimidaciones en las aulas, de bajar la cabeza. Con la dignidad en llanto y la vida nublada.
Y los éxodos de madres y padres de mayo, a los hospitales primero, después a las comisarias, cuarteles, de penal en penal, faltos de respuestas ni contestaciones de las siluetas, de los viajes sólo de ida al cine, la panadería, el café, la cita, el instituto, la facultad. Y mientras surcan el Río de la Plata aviones negros en noches opacas, soltando la carga.
Los tiempos de las maletas de cartón y macutos de tela, de los vuelos intercontinentales, de refugiarse en las nubes suecas, lluvias inglesas, soles españoles, ríos franceses. A llorar la distancia y la injusticia venidas de afuera.

Y la dignidad intacta, de pueblo dañado, vapuleado por las finanzas de más arriba, de personas que saben reconstruir el futuro en los cimientos de su historia, por muy cruda y dura que sea. La dignidad intacta de los que saben dibujar un camino sin lapices ni papel, la valentía de los que tienen la memoria suficiente para seguir avanzando.

A los 30.000