domingo, 29 de noviembre de 2015

Domingo



Amaneció la tarde, terminó de escribir y lo envió a publicaciones.

La noche volvía temprano y él salió a comprar cigarrillos.
 
Fue por la Plaza de la Luna y entró en la Calle Desengaño, donde le silbaron al tiempo que él sonreía nervioso y pasaba de largo con el corazón entristecido.

En un paso de peatones de Gran Vía empezó a desconocerse.
 
La estanquera de los domingos le vio y él solo tuvo que entonar, no sin algo de resignación, un “Lo de siempre” con un subtexto que la mujer no era capaz de imaginar.

Deshizo el camino y le pareció que iba pisando algo que se le había caído al cruzar el asfalto en el viaje de ida.

A la vuelta sintió que sus pasos se volvían pegajosos por la Calle Desengaño, esta vez sin silbidos porque la policía andaba cerca.

Llegó a casa y encendió un cigarrillo. 

Seguía siendo temprano y la noche ya era cerrada.

De pronto algo faltaba en lo que había escrito y enviado a publicaciones. 

Le dio vueltas sin lograr encontrar cuáles eran las palabras extraviadas.

Cuando se durmió, ya era lunes.

Había vuelto a fracasar.






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