viernes, 25 de septiembre de 2015

I (X)


Salieron a cantarse las verdades. Masticaron silencio entre el humo del cigarro hasta que empezó.

-Ambos sabemos que no voy a negociar una solución escalonada. A la memoria no le puedo poner un límite, no haré ni una sola concesión al olvido. Sé tan bien como tú que no te vas a ir nunca, porque las raíces que has echado llegan demasiado lejos. Nací para encontrarte, y el antídoto no es más que una dosis moderada del mismo veneno… Quizás no me expliqué, o seguramente no fui del todo franco contigo. Y esta resaca, que arrastro desde hace años, ha ido rellenando mis ojeras con quimeras que no quiero reconocer como tales. Muchas veces en estos últimos años me he dicho “déjalo, ya pasó”, “aquella fue otra vida”… Pero no es verdad, no era otra vida, era ésta. Es ésta. Te aviso que podría reconocer la derrota, pero me queda mucho aliento para continuar desesperándome. Podría decirte que lo siento, pero aun cuando mi defensa fuera cerrada y angustiosa seguiría sintiendo que tengo que ser la ofensiva. Admito mi responsabilidad, sabiendo de antemano que los dos vamos sobrados de culpa. No te fuiste y no voy a dejarte ir y tú, a fin de cuentas, no me vas a pedir que te olvide.

Ella escucha con atención mientras el cigarro que tiene entre los dedos se consume. El humo se dibuja entre ambos.

-Supongo que te mereces una explicación… Hace ya tiempo que nos conocimos. Creo, incluso, que fui yo la primera que se aproximó, aunque poco importa eso…

Calla un momento y mira los restos de ceniza que han caído de la colilla muerta del cigarro, esparciendo cenizas frías entres sus dedos.

-Fuimos como una crecida, fuimos aumentando poco a poco y cuando menos lo esperábamos, todo fue arrasado. Después traté de ocultarte, de ocultarme. Dejé de pensarte, dejé de hablar de ti. Yo sí deserté, aun cuando reconocía todas las señales que el recuerdo y la memoria me mandaban, con tu color y tu rastro. Es indiscutible que yo tampoco puse límites a la memoria, y ahora estoy aquí, después de recorrer miles de kilómetros con el invierno pisándome los talones. He desorganizado los planes y desdibujado el programa. He conservado todas las cartas y los negativos, y aunque el papel se ha avejentado, no consigo librarme del magnetismo que guarda. Por eso estoy aquí, porque noto que esto se acaba, y si vuelvo al invierno, quiero que sea en comando y no como un lobo solitario.


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