martes, 6 de septiembre de 2011

(Novela sin Título II (Nuevo proyecto))

Y no paraba de hablar, no paraba de enunciar una y otra vez diferentes enunciados, uniéndolos y formando su monólogo con un discurso estridente, cargado de fricciones, de un perfecto lenguaje y una gesticulación grande, se enciende un cigarrillo, habla,se detiene, da dos caladas, suelta el humo hacia mis punteras y al suelo que comparten nuestros pies, y continúa hipnotizándome. Yo respondo apenas con algún monosílabo, tratando de encajar mis síes y noes, entre los espacios que deja para dejar de hablar, fumar o asentir mientras absorbe el humo.

Entonces es cuando empiezo a desconectar y me centro en su iris y su ojo, en la tímida sonrisa imposible de reprimir que se me dibuja al clavarme a ella, concentrándome en los dos minúsculos puntos de noche que se dibujan en su rostro.

Todo comienza a ralentizarse, incluso parece que habla menos, o algo más lento, como si los minutos corrieran con pereza por mi reloj digital del móvil, ya de por sí retrasado seis minutos. Te miro sin hablar, no respiro, no siento el viento, no siento ni mi piel sobre mis músculos y huesos, solo siento tus ojos y todo lo que allí se me da cita.

Algún ente extraño, una especie de reluciente brillo en su expresión y rostro, en la comisura de sus labios, que con dificultad pueden ocultar los dientes, como si sonriera, como si transmitiera su actual sentimiento de plenitud a través de esos labios arqueados y esas comisuras alegres.

Se trata básicamente de un barranco, una pared, algo vertical, de lo que me despeño y caigo, deslizándome e introduciéndome en su acuosa pared, en su pozo sin fondo de extrañezas y terrenos baldíos y desconocidos aún.

Se te esquivan los ojos y hasta parece que sonríes tras tu vida, tras tus palabras, e incluso tras de mí.

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